jueves, junio 22, 2006

Fin de curso

El frescor de la pequeña aula nos hizo suspirar de alivio. Llenamos los vasos de hielo y Oliva nos invitó a naranjada fría. Después se cerró la puerta. Leímos En busca de las nubes, de Maribel; Torta quemada, de Aurora y Silencio, de Isabel. Los folios pasaban de mano en mano, negro sobre blanco. Los borradores se escucharon con la solemnidad de los proyectos humildes. El nivel era más que aceptable, para que el próximo solsticio de verano un libro de relatos refleje los ojos de las lectoras. En la papelera, las correcciones convertirán los folios arrugados en rayos dorados. Así nacen las escritoras.
Para despedirnos saboreábamos bolas de avellanas recubiertas de chocolate negro. Los ojos golosos y algo melancólicos se cruzaban sabedores que el adiós estaba próximo. Las alumnas me preguntaron por Paloma mientras miraban su silla, ayer vacía. Volverá el curso que viene, dije al cerrar la cartera, ya sabéis como es lo del trabajo. Caminamos por el pasillo ruidosas como las golondrinas. Esta vez, Oliva echó la llave. Ya en la calle, Lagasca con Goya, hicimos promesas y nos besamos con la camaradería que dan las lecturas compartidas. Arriba, el piso se había quedado solitario, solo con el eco silencioso de los cuentos. En la penumbra se reflejaba la sombra blanca de unos folios aún sin escribir.