lunes, diciembre 17, 2012

La ciudad y los perros


Esa sensación de fracaso que sobrellevan como instructores del Colegio, se extiende también a la situación de la vida castrense en el Perú. Al margen del Leoncio Prado, estos hombres parecen muy escépticos sobre el significado real de la carrera de las armas. Gamboa insiste en creer que losmilitares están hecho para ganar las guerras y defender, pero el capitán lo saca temprano de su ilusión: "No creo que el Perú tenga nunca una verdadera guerra...Los civiles terminan resolviendo todo. En el Perú, uno es militar por las puras huevas del diablo" (p. 163). ¿Cómo imponer, pues, a los cadetes una fe de la cual ellos no están seguros o de la que sencillamente carecen? El expediente más cómodo es endurecer la disciplina hasta límites espartanos, reprimir siempre más a los cadetes, hacer que los reglamentos hablen por sí mimos, presentar la vida militar como una roca inconmovible. Pero el método es contraproducente: a mayor severidad, los cadetes responden con más brutalidad, con más barbarie. El teniente Pitaluga compara así los resultados del Colegio con los  que él obtiene en el cuartel: "Un año de cuartel y del indio sólo les quedan las cerdas. Pero aquí ocurre al contrario, se malogran a medida que crecen. Los de quinto son peores que los perros" (p. 158). La violencia se responde con más violencia, como ya sabemos, y de este modo e círculo de desajustes entre los polos conceptuales y ambientales de la novela (juventud/adultez, Colegio/Ciudad, propósito/realizaciones, apariencia/verdad) se cierra con una imagen deprimente que se repite en todos los estratos sociales, éticos  culturales  y lingüísticos.