domingo, diciembre 02, 2012

La ciudad y los perros

Las autoridades militares del Leoncio Prado  esconden grandes fracasos. El personaje clave para comprenderlos es Gamboa. Gamboa tiene plena conciencia de que en el servicio muchos se corrompen y corrompen el sistema, pero se siente indisolublemente ligado a él; sabe que llena su vida  y le da sentido:

" Gamboa recordó la Escuela Militar. Pitaluga era su compañero de sección; no estudiaba mucho, pero tenía excelente puntería. Una vez, durante las maniobras anules, se lanzó al río con su caballo. El agua le llegaba a los hombros; el animal relinchaba con espanto y los cadetes lo exhortaban a volver, pero Pitaluga consiguió vencer la corriente y ganar la otra orilla, empapado y dichoso. El capitán de año lo felicitó delante de los cadetes y le dijo: "es usted muy macho". Ahora Pitaluga se quejaba del servicio, de las campañas. Como los soldados y los cadetes solo pensaba en la salida. Estos tenían al menos una excusa: estaban en el Ejército de  paso; a unos los habían arrancado a la fuerza e sus pueblos para meterlos a filas; a los otros, sus familiares los enviaban al colegio para librarse de ellos. Pero Pitaluga había elegido su carrera. Y no era el único: Huarina inventaba enfermedades de su mujer cada dos semanas para salir a la calle. Martínez bebía a escondidas durante el servicio  y todos sabía que su termo de café estaba lleno de pisco. ¿Por qué  no pedían su baja? Pitaluga había engordado, jamás estudiaba y volvía  ebrio de la calle. "Se quedará muchos años de teniente pensó Gamboa. Pero rectificó: - Salvo que tenga influencias." El amaba la vida militar precisamente por lo que otros la odiaban: la disciplina, la jerarquía, las campañas (p. 154).

Habría que incluir también al capellán en esas crisis ética, lo que agrava el cuadro general. Más todavía si se recuerda que los cadetes lo aprecian justamente por su indignidad: " Los cadetes estiman al capellán porque piensan que es un hombre de verdad: lo han visto, muchas veces, vestido de civil, merodeando por los bajos fondos del Callao, con aliento de alcohol y ojos viciosos" (pp. 103-104).