domingo, julio 03, 2011

EL REY DE LOS ALISOS (Michel Tournier-1970)


Los personajes de EL REY DE LOS ALISOS se reducen y resumen en su protagonista, Abel Tiffauges, pues todos los demás aparecen a modo de figuras corales, sin relieve ni contenido autónomo sino como meros catalizadores de la epifanía de aquél, en esta gran fábula sobre el bien y el mal, la muerte, la ternura y el amor. Fábula que como tal trasciende la mera realidad de las cosas para mostrar su lado oculto, en algunas ocasiones terrible, en otras poético, pero siempre inquietante.

Predestinado por su estancia en el colegio de San Cristóbal durante su infancia y adolescencia, Abel se encaminará a través de un completo itinerario de premoniciones, signos y símbolos, hasta su apoteosis final. En el colegio conocerá a Néstor que le introducirá y guiará en ese mundo de los signos y le orientará hacia su destino, cuya existencia empezará a entrever, y que se irá esclareciendo en las posteriores etapas de su vida, como mecánico, soldado en la Segunda Guerra Mundial y prisionero de guerra.

Como puntos neurálgicos de su particular mundo, que se le irán revelando en su camino, y al margen de ciertas tendencias lindantes con la perversión (masoquismo, coprología), encontramos en Abel la afinidad con los animales y la naturaleza, la irresistible ternura que le despiertan los niños, la repugnancia hacia toda forma de poder y jerarquía, sea civil, militar o religiosa, la proximidad entre el bien y el mal como imágenes especulares de una misma realidad (inversión benigna y maligna) y, muy especialmente, el éxtasis fórico.

Y todo ello en el marco de una realidad histórica tan hostil para la ternura como el bélico, en particular frente a algunas de las prácticas más inhumanas y repugnantes del régimen nazi. De esta forma veremos cómo, en un detallado análisis práctico de lo que Abel llama inversión maligna, todos sus cuidados y atenciones con los niños, guiados por la ternura y el amor, tienen su correlato siniestro, nunca mejor dicho, con las actuaciones nazis, especialmente en el momento de la descomposición final del régimen alemán ante la inminencia de la derrota.

Desde que Abel es consciente de lo que él considera la herencia de Néstor y de que ha sido llamado a un destino superior, que se le irá revelando poco a poco, todo en su vida, y en su muerte, quedará condicionado a la superación de las distintas etapas que le conducirán a la consecución de ese destino, recorriendo para ello una escalera cuyos sucesivos peldaños se le irán mostrando de uno en uno hasta alcanzar el último de todos que le elevará al éxtasis fórico absoluto. Transportar sobre los hombros, como Atlas astróforo, al niño portador de la estrella le permitirá regresar a la eternidad, esa de la que dice proceder como ogro, es decir, como monstruo fantástico, surgido de la noche de los tiempos.