DESTELLOS DE DUBLÍN - (Continuación)
Por lo que atañe al segundo de los presentes de que Boylan hacía ofrenda a la joven, de tiernos ojos y pálidas mejillas, se trataba al parecer de una cajita de marfil, incrustada de adornos en oro y piedras preciosas. Eran sus dimensiones diminutas, no desentonando en ello con las manitas con las que la celestial joven la había asido. Al observar la filigrana, un repentino arrebol había teñido de un encantador tono rosado las mejillas de aquel ángel, que no pudo ocultar su turbación cuando su taimado admirador la animó a adivinar qué era lo que el precioso recipiente podía albergar en su interior.
- Viejo zorro. Sin duda trataba de llevarla al huerto con la promesa de un anillo.
- Pero la pollita no quería ser hortelana, porque, una vez repuesta del soponcio, le soltó con todo el desparpajo del mundo algo muy parecido a que, aún sabedora de las muchas varoniles habilidades que en su persona se daban cita, que sin duda habían de permitirle disfrutar de un más que aceptable buen pasar, no se le alcanzaba ni le era posible colegir que ello le permitiera darse a estipendios tan costosos como el que a buen seguro exigía tal dádiva, por lo que, pesarosa, eso sí, se veía en el penoso trance de rechazarla, so pena de hacerse partícipe de actividades cuya eventual falta de santidad prefería ignorar.
- Esta sí que es buena. Parece que la pollita resultó gallina vieja. Y del último regalo ¿qué me cuentas, Norman?
- Un libro sobre Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué te parece?
- Que ¿qué me parece? El colmo de la cara dura. El viejo Destellos, mangante donde los haya, y que de lo que ha estado más cerca en una iglesia es del cepillo de los pobres.
- Pues así son las cosas. Pero aquí fue cuando nuestra damisela dio el do de pecho, porque al ver el libro la tía se levanta de un brinco, se arremanga los brazos y le espeta en su misma jeta: “Mira, guaperas, ¿sabes qué te digo? Que ya me tienes hasta las cachas de tanto cachondeo y tanto regalito con segundas. Así que date el piro, y que te vayan dando por donde amargan los peninos, que no nacido aún el tío que le vacile a la hija de mi madre”.
- Te estás quedando conmigo, Norman.
- Por los huesos de todos nuestros mártires y por la sagrada causa te juro que así me lo contó, palabra por palabra, el bueno de Ed MacMurray.
- Bueno, ya era hora de que Destellos se llevara un buen revolcón; que no todo va a ser levantarles la parienta a los demás, aunque no sean cristianos. Y al fin y al cabo no todo el monte es orgasmo.
- Nunca mejor dicho, Cliff, nunca mejor dicho.
- Viejo zorro. Sin duda trataba de llevarla al huerto con la promesa de un anillo.
- Pero la pollita no quería ser hortelana, porque, una vez repuesta del soponcio, le soltó con todo el desparpajo del mundo algo muy parecido a que, aún sabedora de las muchas varoniles habilidades que en su persona se daban cita, que sin duda habían de permitirle disfrutar de un más que aceptable buen pasar, no se le alcanzaba ni le era posible colegir que ello le permitiera darse a estipendios tan costosos como el que a buen seguro exigía tal dádiva, por lo que, pesarosa, eso sí, se veía en el penoso trance de rechazarla, so pena de hacerse partícipe de actividades cuya eventual falta de santidad prefería ignorar.
- Esta sí que es buena. Parece que la pollita resultó gallina vieja. Y del último regalo ¿qué me cuentas, Norman?
- Un libro sobre Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué te parece?
- Que ¿qué me parece? El colmo de la cara dura. El viejo Destellos, mangante donde los haya, y que de lo que ha estado más cerca en una iglesia es del cepillo de los pobres.
- Pues así son las cosas. Pero aquí fue cuando nuestra damisela dio el do de pecho, porque al ver el libro la tía se levanta de un brinco, se arremanga los brazos y le espeta en su misma jeta: “Mira, guaperas, ¿sabes qué te digo? Que ya me tienes hasta las cachas de tanto cachondeo y tanto regalito con segundas. Así que date el piro, y que te vayan dando por donde amargan los peninos, que no nacido aún el tío que le vacile a la hija de mi madre”.
- Te estás quedando conmigo, Norman.
- Por los huesos de todos nuestros mártires y por la sagrada causa te juro que así me lo contó, palabra por palabra, el bueno de Ed MacMurray.
- Bueno, ya era hora de que Destellos se llevara un buen revolcón; que no todo va a ser levantarles la parienta a los demás, aunque no sean cristianos. Y al fin y al cabo no todo el monte es orgasmo.
- Nunca mejor dicho, Cliff, nunca mejor dicho.
Etiquetas: Desde Dublín
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