miércoles, febrero 26, 2014

Cada vez que te vas

Joaquín y Mari Cruz me esperaban sentados en un banco de Floridablanca. Los observé desde una ventana del café Miranda, vi sus caras aniñadas por la incertidumbre de mi visita. Ahora los camareros eran ojos desconocidos, pero a pesar de su extrañeza salí sin bolso ni mochila para recoger a mis amigos. Un gesto de entonces,  de cuando tomaba chocolate y picatostes con Ignacio. En San Lorenzo el sábado era azul tormenta y las hojas de los chopos susurraban a los eucaliptos, ellas vieron los ojos de la enamorada y los dedos grasientos. Entramos con la algarabía del encuentro y después de unas cervezas recordamos anécdotas de escritores, hablamos del presente y la metafísica del matrimonio y de los días de Carmen Worm y Chisi Löwy. No les conté que antes de llegar al Miranda había pasado por de mi casa de antaño, sin acercarme miré la fachada desde lejos. Las jardineras de la terraza estaban plantadas con un seto informe y los balcones cerrados le daban un hálito espectral. Recordé los desayunos con mi hermana Alicia debajo del parasol. Entonces, me despertaba con el trino de las golondrinas,  aquellas que revoloteaban encima de nuestras cabezas mientras leíamos el periódico y desayunábamos con glotonería.
Joaquín se puso de pie para decirnos que ya estaba bien de cotilleos, tenemos que trabajar, añadió antes de acercarse a la barra con euros en la mano. Mari Cruz abrió  mucho lo ojos mientras me agarraba la muñeca y yo le conté que también habíamos quedado para regalar marca páginas de El Mono Rojo a las librerías de los amigos.
Subimos la plaza de Benavente, yo miraba los magnolios ajados y los  arriates bordeados de sillas con turistas. Tan familiar todo. Antes de llegar a Arias Montano, les dije a mis amigos que la pastelería  La Ideal ya no estaba. Ahora hay un bar, respondió Joaquín y Mari Cruz, que ella no se acordaba.
Una pareja compraba varios libros y la dueña de Arias Montano les atendía con la elegancia habitual. 

Cuchi, nos reconoció  de inmediato y se puso muy contenta con los marca páginas. Le dije que echaba de 

menos La Ideal, que siempre iba a comprar bizcotelas allí y que un día una anciana mientras pesaba la 

bandeja, me contó que su abuelo cansado de las nieves se había escapado del pueblo a la edad de ocho 

años y ya en Madrid, después de muchas peripecias, entró a trabajar en las cocinas de El Palacio Real, 

donde terminó como ayudante del repostero regio. El niño, ya adulto, regresó a San Lorenzo, donde abrió 

una pastelería. Cuchi nos contó que las bizcotelas más conocidas eran las de La Violeta Imperial, aunque su 

versión me gustó menos que la mía . Al salir de Arias Montano , Joaquín sugirió que fuéramos de camino a  

comprar bizcotelas...