Cada vez que te vas
Joaquín y Mari Cruz me esperaban
sentados en un banco de Floridablanca. Los observé desde una ventana del café
Miranda, vi sus caras aniñadas por la incertidumbre de mi visita. Ahora los
camareros eran ojos desconocidos, pero a pesar de su extrañeza salí sin bolso
ni mochila para recoger a mis amigos. Un gesto de entonces, de cuando tomaba chocolate y picatostes con
Ignacio. En San Lorenzo el sábado era azul tormenta y las hojas de los chopos
susurraban a los eucaliptos, ellas vieron los ojos de la enamorada y los dedos
grasientos. Entramos con la algarabía del encuentro y después de unas cervezas
recordamos anécdotas de escritores, hablamos del presente y la metafísica del
matrimonio y de los días de Carmen Worm y Chisi Löwy. No les conté que antes de
llegar al Miranda había pasado por de mi casa de antaño, sin acercarme miré la
fachada desde lejos. Las jardineras de la terraza estaban plantadas con un seto
informe y los balcones cerrados le daban un hálito espectral. Recordé los
desayunos con mi hermana Alicia debajo del parasol. Entonces, me despertaba con
el trino de las golondrinas, aquellas
que revoloteaban encima de nuestras cabezas mientras leíamos el periódico y
desayunábamos con glotonería.
Joaquín se puso de pie para
decirnos que ya estaba bien de cotilleos, tenemos que trabajar, añadió antes de
acercarse a la barra con euros en la mano. Mari Cruz abrió mucho lo ojos mientras me agarraba la muñeca
y yo le conté que también habíamos quedado para regalar marca páginas de El
Mono Rojo a las librerías de los amigos.
Subimos la plaza de Benavente, yo
miraba los magnolios ajados y los
arriates bordeados de sillas con turistas. Tan familiar todo. Antes de
llegar a Arias Montano, les dije a mis amigos que la pastelería La
Ideal ya no estaba. Ahora hay un bar, respondió Joaquín y
Mari Cruz, que ella no se acordaba.
Una pareja compraba varios libros y la dueña de Arias Montano les
atendía con la elegancia habitual. Cuchi, nos reconoció de inmediato y se puso muy contenta con los marca páginas. Le dije que echaba de
menos
bandeja, me contó que su abuelo cansado de las nieves se había escapado del pueblo a la edad de ocho
años y ya en Madrid, después de muchas peripecias, entró a trabajar en las cocinas de El Palacio Real,
donde terminó como ayudante del repostero regio. El niño, ya adulto, regresó a San Lorenzo, donde abrió
una pastelería. Cuchi nos contó que las bizcotelas más conocidas eran las de
versión me gustó menos que la mía . Al salir de Arias Montano , Joaquín sugirió que fuéramos de camino a
comprar bizcotelas...
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