jueves, octubre 11, 2012

La ciudad y los perros (cincuentenario)


Ni la violencia ni la disciplina logran los objetivos apetecidos. Al delincuente Jaguar le espera un puesto de banco, a Alberto una confortable vida burguesa: " Trabajaré con mi papá, tendré un carro convertible, una gran casa con piscina. Me casaré con Marcela y seré un don Juan. Iré todos los sábados a bailar al Grill Bolivar y viajaré mucho. Dentro de algunos años ni me acordaré que estuve en el Leoncio Prado" (p.335). Para ser, definitivamente, deben olvidarse de lo que alguna vez fueron, destruirse un poco. Quizá todo lo que han podido aprender esos jóvenes que salen del Colegio sea el desconcierto ante la vida de relación que  ahora les espera. Los epígrafes de cada una de las dos partes de la novela son, por eso, casi caracterizaciones de sus destinos. El primero invoca al Kean de Sartre: " On joue les héros parce qu'on est  lâche et les saints parce qu'on est méchant ; on joue les assasins  parce qu'on est meurt  d´envie de tuer son prochain, on joue parce qu'on est menteur de naissance". Y el segundo a Paul  Nizan: "J'avais vingt ans. Je ne laisserai personne dire que c'est le plus bel âge de la vie".

Pero el Colegio no aparece como una entidad aislada  de las convulsiones que agitan el cuerpo social: es sólo su símbolo o su metáfora. El mal se declara dentro de los muros del Leoncio Prado, pero sus raíces provienen de afuera, desde la Ciudad. La impostura comienza en el seno de las familas de muchos de estos adolescentes: ellas también están atrapadas en la red de sus propias contradicciones. Hacen el papel de justos y amorosos aunque carezcan de esas virtudes; pretenden que el Leoncio Prado va a hacer por sus hijos lo que ellos no pudieron hacer; piden a los jóvenes que resuelvan a base de disciplina militar los problemas de índole  moral y psicológica que el ambiente familiar les creó. Las familias de Alberto y el Esclavo están deshechas y sólo se mantienen  por la obediencia reverencial a las normas que impone la sociedad; peor la del Jaguar, que ya no existe como tal y que es reemplazada nominalmente por un padrino. Aunque estos conflictos domésticos son melodramáticos, vulgares, casi ridículos, sus consecuencias son gravísimas para los muchachos.