domingo, septiembre 02, 2012

La ciudad y los perros

Literalmente, el mundo de los cadetes quiere ser la fulminación total del mundo impuesto por los profesores y de sus verdades precarias : como suele ocurrir con los que odian, la sed de los alumnos sólo se saciaría si pudiesen suplantar a la misma institución que los pervierte, ser ellos (otra vez) los jefes. Ellos no lo saben, pero en el fondo lo que están haciendo es imitar, monstruosamente, al Colegio Leoncio Prado.

Así, se produce un nuevo signo de desajuste porque el modelo que se quiere destruir es el modelo que se está construyendo; la violencia, en un último acceso de furia, se muerde la cola. Los cadetes también quieren, por su cuenta, "hacerse hombres" y fracasan: el machismo les atribuye una personalidad que no tienen, porque estos duros, estos "perros", estos jefes, son una fauna postiza, que no cree en su propio juego. La novela mira hacia atrás, hacia sus vidas privadas fuera o antes del Colegio, para ilustrarnos sobre esa impostura: el Jaguar es un maleante de poca monta que vagabundea por los bares del Callao, pero su más precioso tesoro ( inconfesable para el jefe del Círculo), su recuerdo más dulce es le tímido romance que sostuvo con Teresa, pero sus sentimientos de culpa tras la muerte del Esclavo tanto como sus delicados prejuicios de clase ( ella es pobre, vive en Lince) le impiden aceptarla y prefiere a Marcela, quizá porque es miraflorina, como él. Ellos y los demás esconden los traumas de la niñez, un almita sensible que, hipócritamente, no quisiera llegar hasta las últimas consecuencias como lo revela el desconcierto y la angustia que les produce la muerte real del Esclavo: (...).