viernes, julio 04, 2014

Astromelias y granizos

Las calles estaban cubiertas de hojas sucias y ramas rotas. Las hortensias yacían decapitadas en los jardines de las casitas de ladrillo y ventanas de  aluminio. Quiero y no puedo. Y la cuesta se hacía más pesada de lo imaginado, quién iba pensar que el sol quemara después de lo de ayer, pero ya era tarde para regresar al coche. Un lugar cercano, pero feo. Compraría las astromelias en la floristeria de la mujer huraña, esa mujer que con el tiempo se había vuelto más dejada, tanto que las plantas mustias se repartian sin orden por anaqueles oxidados y llenos de polvo. 

Antes no hacia falta  llamar al timbre y esperar más de un minuto largo a que la mujer saliera de la casa de detrás de la tienda. Cómo la tendrá. Todo el mundo ha envejecido mal en estos tres años, sobretodo algunos. Y qué hace esa zapatilla ahí en medio. "Toque el timbre y espere que salga". Y si no quiero. Y si me voy. Pobres petunias sin agua, pobres orquideas sin guía. Debe tener mi edad. El padre me daba pena, no sabia ni hablar. El pobre se esforzaba. Murió. He adelgazado y eso que el cristal hace más gorda. No me debía haber puesto este jersey. Parece que ya viene. Por fin. 

- Las quiere algo abiertas. 
- Blancas y cerradas, por favor. 
- Estarán en agosto? 
- Depende de los médicos, pero los domingos de julio me voy al pueblo, a la fresca. 

Pelo remolacha y ropa de todo a cien. Ojos llenos de energía. Pero en tres años pasa la vida y algo más.

- Claro, hace mucho calor. 
- El tiempo está loco, menuda faena, el granizo me ha destrozado todo. 
- Qué pena, ahora recuerdo el invernadero que me enseñó su padre. 
- Venga y verá. 

Cruzar la puerta, bajar la escalera, ruedas, basura, macetas anegadas y pétalos ajados  esparcidos por los bancos de piedra. Al fondo el invernadero con los cristales rotos. En un invernadero quisiéramos vivir todos, le dije al padre. Si usted lo dice, me contestó con una sonrisa forzada. Para resguardarnos de la intemperie. Si usted lo dice. 

- No se preocupe, que el seguro le pagará las pérdidas. 
- Los del Consorcio, menuda gentuza. 
- Todo irá bien.
- Manolo, el chico de los cupones, me ha roto el corazón. Cuando los vecinos le han contado lo que me pasó, vino y me ha regalado un billete de rascar, de esos de dos euros.
- Qué detalle.
- Todavía se me pone la carne de gallina. Los del Consorcio dirán que todo está viejo.
- Acaso, si recogiera algo la tienda daría la impresión de un negocio más dinámico.
- La quimio me quitó las ganas de todo. Qué chico ese Manolo.
- Sí, un gesto muy bonito.
- Los del seguro nunca quieren pagar. Pero esto son docemil, por lo menos. 

El padre estaba tan orgulloso del invernadero.

- No recuerdo su nombre, he estado fuera tres años.
- Teresa
- Teresa, cuánto te debo?
- Doce
- Te dejo quince.
- Pero, por favor.
- Es sólo un gesto.
- Bueno, gracias.
- No quiero ser menos que el chico ciego.


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