LA NIEVE DEL ALMIRANTE (Álvaro Mutis) 1ª parte
Toda la obra, tanto poética como narrativa, del colombiano
Álvaro Mutis podría resumirse en un único personaje, Maqroll el Gaviero. El
Gaviero, en su deambular por el mundo del trópico, siempre perseguido por la
remembranza de antiguas singladuras, por principio más venturosas que las
actuales, condensa todo el mundo de Mutis, desde su primera aparición, en los
poemas de “Los elementos del desastre” –toda una declaración de principios, el
título- hasta la última de las siete novelas que integran la suma de Maqroll el
Gaviero.
Como marinero que se ocupa de la vela más alta del palo mayor
de una nave, el gaviero es quien está allá arriba, en lo más alto, frente al
cielo y el mar inmensos, en completa soledad. Según propia confesión del autor,
el Gaviero bebe de sus lecturas de Conrad, de Melville, sobre todo de Moby
Dick, pero al contrario de lo que pudiera pensarse, Maqroll no va en busca de
aventuras, sino que son las cosas las que le ocurren a él, son los conflictos y
los desastres los que lo encuentran. Hay en ello una suerte de predestinación,
un hado fatal, que no por asumido resulta menos inexorable.
En el fondo, como se ha dicho, Maqroll es un aventurero del
espíritu. El Gaviero, alter ego de Mutis, es un solitario viajero errante, que
entre puertos y hoteles de mala muerte, sobrevive como puede, a merced del
tiempo, que todo lo muda a peor, y del lento poder destructor de la naturaleza
del trópico, en particular, y de la vida, en general. A semejanza del barco
maltratado por las olas, así se debate Maqroll entre la plenitud pasada y la
decadencia actual.
Como Conrad en “El corazón de las tinieblas”, Mutis es
consciente de que la selva es algo más que exuberancia y colorido; también es
sutil descomposición, lenta podredumbre, a la que el hombre extraño al medio
sucumbirá. Así se aprecia en Maqroll, en el que en ocasiones advertimos un tono
de delirio ausente de toda grandilocuencia, que revela la debilidad mórbida y
febril que surge de la selva. Selva disfrazada de una vitalidad que disimula la
decadencia y el horror que se imponen como ley no explícita.
(Cont.)
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