domingo, marzo 30, 2014

De las Furias de El Prado y las Dignidades de las calles

Acaso porque llevaba semanas defendiéndome de la Administración pública española y de algunas de sus funcionaras, las Furias que se exponen en El Prado me desasosegaron aún más de lo que esperaba. Un desasosiego de Tiziano a Ribera. Mientras observaba el dolor y la impotencia de Tizio, reflexionaba sobre el destino que se cierne sobre nosotros los ciudadanos. Los buitres y las águilas clavan sus garras en nuestro cuerpo y picotean nuestro hígado sin que nos podamos casi defender, sujetos como estamos por los grilletes y las cadenas de los politicastros, los banqueros, las administraciones ominosas y otras especies de rapiña, que con la malicia de los trileros nos han querido condenar. Y han condenado a demasiados ciudadanos. Los niños españoles pasan hambre, como antes la pasaban y de esas injusticias, una por niño, surge los aullidos de las Dignidades. 

Aullido, Grito, Howl, de Allen Ginsberg. Él escribió: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre... ¿Y qué escribimos nosotros?: Hemos visto las mejores mentes de nuestra generación destruidas por las hipotecas.Veo a las mejores mentes de mi generación asustadas por los miedos del porvenir. Y cuando esos miedos atenazan mi garganta, veo a un grupo de hombres y mujeres con banderas venidas de no sé donde, con los cuerpos dolidos y las miradas de las Dignidades. Sí, vinieron las miradas de las Dignidades para que las mejores mentes de nuestra generación gritaran con ellos: los niños españoles se mueren de hambre. Y los disparos en honor de Adolfo Suárez amordazaron las voces y la ciudad se llenó de alivios. De alivios pestilentes. Y de nuevo las mejores mentes guardan un silencio ominoso, mientras una barba mefistofélica y unos dientes de loba gritan que no se pueden romper cristales en el centro de Madrid. No quiero cristales rotos, que la frase me produce escalofríos, pero tampoco niños que se mueran de hambre en mis inmediaciones, en las nuestras. ¿Qué hemos hecho de nosotros? Mejor la locura.

Y recuerdo el párrafo escrito por Colm Tóibín en su novela El testamento de María (The testament of Mary). María anciana y en el exilio recibe de nuevo una visita que la exige recordar el día de la crucifixión. María es obligada a regresar al Gólgota. Y la primera imagen revivida es la de la bolsa de los conejos. Y la visita enmudece y María vuelve a ver a quien nunca ha olvidado: el hombre, uno más entre tantos, tiene una jaula y dentro un gran pájaro que casi no puede desplegar las alas y furioso muerde los barrotes, prisionero sin vuelo ni caza. Y María revive hora a hora la espera en el monte y de nuevo ve al hombre que además del pájaro tiene una bolsa llena de conejitos vivos. Y hora a hora el hombre introduce un conejito en la jaula del pájaro, que después de desollar al primero y saciada el hambre no sabe de compasiones. Y hora a hora y conejito a conejito, la jaula se llena de cabezas y el hombre con una mirada henchida de detalles - la rifa de las ropas, las conversaciones de los curiosos, el llanto de algunos pocos- abre la bolsa y coge otro conejo de patitas convulsas y el hombre se hace ojos, que destellan energía cuando el pájaro picotea las entrañas del conejito. María no olvida ese esplendor.

Al finalizar la exposición regreso a mi primer paso y el dibujo en tiza y carboncillo de Miguel Ángel me cura un poco la desazón: el buitre no ha picoteado todavía a Tizio y el titan parece tener el puño cerrado y libre, libre para defenderse. Tal vez ese gesto sea sólo propio de titanes.